Me gusta mucho decirle a la gente estas palabras: cómo tú no hay nadie. Esta cosilla o sentencia, si es que se puede llamar así, no creo que sea mía, pero en el fondo transmite algo muy importante que muy pocas veces nos paramos a pensar y que a mí sí que me ha hecho “comerme la cabeza” más de una vez: que somos únicos e irrepetibles con todo lo que ello supone.
Me da la impresión que muchas veces no aprovechamos bien el tiempo y las cualidades que tenemos, pretendemos ser otras personas, imitar lo que socialmente se valora… en el fondo no queremos ser nosotros mismos, sin darnos cuenta que así nunca seremos felices porque nunca seremos nosotros. Es como querer ponerse un calcetín de un niño pequeño en un píe del número 43… puede que llegue a entrar pero no creo que ese píe esté cómodo.
Hasta aquí, lo dicho vale para todas las personas, para toda la sociedad sin ninguna duda, pero me gustaría que lo viéramos en la población adolescente y más concretamente en los que yo conozco, los de Arévalo. Desde una visión siempre propia (y por tanto subjetiva) me encuentro con adolescentes y jóvenes cargados de vitalidad y ganas de vivir. Pero a veces me dejan desconcertado algunos comentarios de cierto conformismo pesimista. ¿Qué pasa con sus sueños e ilusiones?
Es cierto que cualquier adolescente que no tenga metas de futuro claras (no creo que encuentren a alguno que las tenga) huye de ciertas preguntas y cuestiones que es necesario plantear: ¿Quién soy? y ¿Qué es lo que quiero?
Percibo que les cuesta mucho saber que son los protagonistas de su vida y que tienen que manejarla de forma autónoma. Es cierto que son nobles y sinceros, muy pocos traicionarían a un amigo y aunque sean gregarios creen en la amistad. Se fían de su experiencia aunque muchas veces esté sesgada, llegando a ser intransigentes con los que opinan diferente. Son hedonistas, no encuentro a nadie que no alabe las ferias…
Son prácticos y quieren consecuencias de forma rápida, prefiriendo en muchos casos trabajar a estudiar. Les cuesta mucho la religiosidad, más bien podemos decir que son indiferentes al tema y no ven aplicación práctica o utilidad al mismo, algunos dirán que hay una relación con el consumismo. A muy pocos les verás llorar, y si lo hacen se excusarán rápido, a veces tienen acotado el corazón (antes nos decían que éramos castellanos). En general, no saben manejar sus emociones, huyen hablar de esos rollos, prefieren sufrir solos o explotar de otras formas.
No quiero psicologizar la cuestión, pero como educador y arevalense, me preocupa que estos adolescentes se queden a medias. Vendemos felicidades inauténticas que no les sirven después… que cada uno de nosotros somos únicos, que es bueno sentirse raro porque como tú no hay nadie. Lo que digo no son recetas ni consejos pero creo fuertemente que tenemos que valorarlos más, confiar más en sus posibilidades y decírselo, hablar de sus preocupaciones y problemas, ser cercanos y apoyarlos en momentos difíciles, darles oportunidades de autonomía y que se equivoquen… creer en ellos… no dudéis que son lo mejor que tenemos.
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